jueves, 2 de junio de 2016

La oreja verde de la escuela. Trabajo por proyectos y vida cotidiana en la escuela infantil.

Hace aproximadamente un mes y medio, subí una entrada con un poema de Gianni Rodari y prometí que, al terminar de leerme el libro de Carmen Díez Navarro titulado “La oreja verde de la escuela. Trabajo por proyectos y vida cotidiana en la escuela infantil.”, subiría otra entrada para comentar lo que me había parecido y reflexionar más a fondo sobre temas que dejé incompletos.
 
Pues, por fin lo he terminado. A continuación os dejo mi reflexión sobre este maravilloso libro, el cual recomiendo a todos los maestros o futuros maestros que se encuentren interesados por este tipo de metodología.
AUTOR: Carmen Díez Navarro
AÑO DE EDICIÓN: 1998
EDITORIAL: Ediciones de la Torre
CIUDAD: Madrid
 
Uno de los aspectos más importantes que me gustaría destacar de este libro, es que he aprendido que trabajar con proyectos, a diferencia de la idea errónea que yo poseía basada en mi experiencia personal en las aulas, no es sinónimo de trabajar con fichas y un libro en el que ponga Proyecto: X.  Trabajar por proyectos es partir de un tema o aspecto de interés para los niños, que creemos que nos va a servir para desarrollar el currículo. Es decir, es una excusa para que los niños aprendan a organizar su actividad y su trabajo, siendo ellos los protagonistas de su propio aprendizaje. Por esta razón Carmen Díez Navarro  sostiene en todo momento que debemos darles plena autonomía, haciendo que sean  actores y no meros espectadores.
También he aprendido que, si somos capaces de escuchar a los niños y de descifrar qué es lo que quieren, podremos partir de estos intereses y lograr que aprendan disfrutando. O disfruten aprendiendo.
 
He podido ver que esta manera de trabajar, mediante proyectos, requiere de mucho esfuerzo y de una implicación enorme por parte del docente, puesto que una simple mosca es capaz de cambiar todo lo que tenemos programado. Sin embargo, esto me ha llevado a comprender que de todo se puede hacer un proyecto; una postal de Egipto, la caída de un diente o un dinosaurio de juguete pueden ayudarnos a desarrollar los objetivos fijados en el currículo. Y, pudiendo crear un proyecto de tantas cosas, qué mejor manera para hacerlo que partiendo de las cosas que los niños quieren saber; de sus deseos.
Pero, para poder partir de esta curiosidad, un maestro no debe limitarse a hacer programaciones de temas que, a su juicio, van a gustar a los niños, sino que debe estar observando y sobre todo escuchando permanentemente, con su oreja verde, a sus alumnos. Está bien programar sobre ciertos temas cuando no existan otras opciones, pero en el caso de haberlas, ¿por qué no partir de ellas? Si lo que a nuestros alumnos les interesa en ese momento es un pequeño pajarito que se ha caído del  nido, ¿por qué no aprovechar esa oportunidad para hablar de las aves, de su físico, de los huevos, del plumaje, de volar…?
Otro aspecto a destacar de este libro, que tiene gran relevancia para mi futuro profesional, es que este tipo de escuela de la que habla la autora, es una escuela para pensar. En ella no cabe el fracaso, sólo el error del que partir para evolucionar y aprender a valorar las posibilidades y limitaciones de cada uno, con el fin de poder mejorar. Es por tanto que el maestro confía siempre en el éxito del niño, ocupando el papel de mero acompañante, estimulando al niño, motivándole, pero siempre esperando a que piense por sí mismo y realice las cosas de manera autónoma; respetando sus ritmos de aprendizaje. 
Pero para que las interacciones y los encuentros se realicen de manera adecuada, otro aspecto importante a tener en cuenta es que las aulas sean lugares de vida y de cultura para los niños pequeños; espacios multifuncionales en los que se preste atención a la multiplicidad de necesidades del niño. Debemos ser capaces de crear espacios educativos agradables y atentos, cargados de afectividad, confianza y respeto recíproco, en donde se desarrollen por igual los aspectos cognitivos y los sociales, emocionales y afectivos. Solo de esta manera lograremos que los  niños se sientan cómodos y acogidos, pudiendo compaginar vida social y vida educativa.  
Respecto a la actitud de los docentes dentro del aula, según Carmen Díez, los buenos “ingredientes” son: ser claros en todos los sentidos, ser tolerantes, dar una aceptación incondicional a todos y cada uno de los niños, crear un ambiente placentero y agradable que suscite el deseo de los niños por aprender, potenciar la autonomía y reconocer el inmenso valor que tiene estar en grupo.
 
Finalmente me gustaría concluir diciendo que  me ha encantado poder leer proyectos reales que se han llevado a cabo porque me ha permitido tomar ideas que, en un futuro no tan lejano, me encantaría poder llevar a cabo en mi aula. Considero que la forma en la que la autora hablar de su profesión y comparte su puesta en práctica con los lectores, consigue transmitir y contagiar ese entusiasmo y ese amor que tiene hacia los niños de infantil y hacia su profesión, cosa que, a mí personalmente, me motiva a querer implicarme tanto como ella y poder llegar a hacer la mitad de lo que ha hecho.
Espero que os haya gustado mi reflexión y que os haya motivado a leéroslo, porque realmente es un libro precioso y muy práctico

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