Hace aproximadamente un mes y
medio, subí una entrada con un poema de Gianni Rodari y prometí que, al
terminar de leerme el libro de Carmen Díez Navarro titulado “La oreja verde de
la escuela. Trabajo por proyectos y vida cotidiana en la escuela infantil.”,
subiría otra entrada para comentar lo que me había parecido y reflexionar más a
fondo sobre temas que dejé incompletos.
Pues, por fin lo he terminado. A continuación os dejo mi reflexión
sobre este maravilloso libro, el cual recomiendo a todos los maestros o futuros
maestros que se encuentren interesados por este tipo de metodología.
AUTOR: Carmen Díez Navarro
AÑO DE EDICIÓN: 1998
EDITORIAL: Ediciones de la Torre
CIUDAD: Madrid
Uno de los aspectos más
importantes que me gustaría destacar de este libro, es que he aprendido que
trabajar con proyectos, a diferencia de la idea errónea que yo poseía basada en
mi experiencia personal en las aulas, no es sinónimo de trabajar con fichas y
un libro en el que ponga Proyecto: X. Trabajar por proyectos es partir de un tema o
aspecto de interés para los niños, que creemos que nos va a servir para
desarrollar el currículo. Es decir, es una excusa para que los niños aprendan a
organizar su actividad y su trabajo, siendo ellos los protagonistas de su
propio aprendizaje. Por esta razón Carmen Díez Navarro sostiene en todo momento que debemos darles
plena autonomía, haciendo que sean actores y no meros espectadores.
También he aprendido que, si
somos capaces de escuchar a los niños y de descifrar qué es lo que quieren,
podremos partir de estos intereses y lograr que aprendan disfrutando. O
disfruten aprendiendo.
He podido ver que esta manera de
trabajar, mediante proyectos, requiere de mucho esfuerzo y de una implicación
enorme por parte del docente, puesto que una simple mosca es capaz de cambiar
todo lo que tenemos programado. Sin embargo, esto me ha llevado a comprender
que de todo se puede hacer un proyecto; una postal de Egipto, la caída de un
diente o un dinosaurio de juguete pueden ayudarnos a desarrollar los objetivos
fijados en el currículo. Y, pudiendo crear un proyecto de tantas cosas, qué
mejor manera para hacerlo que partiendo de las cosas que los niños quieren
saber; de sus deseos.
Pero, para poder partir de esta
curiosidad, un maestro no debe limitarse a hacer programaciones de temas que, a
su juicio, van a gustar a los niños, sino que debe estar observando y sobre
todo escuchando permanentemente, con su oreja verde, a sus alumnos. Está bien
programar sobre ciertos temas cuando no existan otras opciones, pero en el caso
de haberlas, ¿por qué no partir de ellas? Si lo que a nuestros alumnos les
interesa en ese momento es un pequeño pajarito que se ha caído del nido, ¿por qué no aprovechar esa oportunidad
para hablar de las aves, de su físico, de los huevos, del plumaje, de volar…?
Otro aspecto a destacar de este
libro, que tiene gran relevancia para mi futuro profesional, es que este tipo
de escuela de la que habla la autora, es una escuela para pensar. En ella no
cabe el fracaso, sólo el error del que partir para evolucionar y aprender a
valorar las posibilidades y limitaciones de cada uno, con el fin de poder
mejorar. Es por tanto que el maestro confía siempre en el éxito del niño,
ocupando el papel de mero acompañante, estimulando al niño, motivándole, pero
siempre esperando a que piense por sí mismo y realice las cosas de manera
autónoma; respetando sus ritmos de aprendizaje.
Pero para que las interacciones
y los encuentros se realicen de manera adecuada, otro aspecto importante a
tener en cuenta es que las aulas sean lugares de vida y de cultura para los
niños pequeños; espacios multifuncionales en los que se preste atención a la
multiplicidad de necesidades del niño. Debemos ser capaces de crear espacios
educativos agradables y atentos, cargados de afectividad, confianza y respeto
recíproco, en donde se desarrollen por igual los aspectos cognitivos y los
sociales, emocionales y afectivos. Solo de esta manera lograremos que los niños se sientan cómodos y acogidos, pudiendo
compaginar vida social y vida educativa.
Respecto a la actitud de los
docentes dentro del aula, según Carmen Díez, los buenos “ingredientes” son: ser
claros en todos los sentidos, ser tolerantes, dar una aceptación incondicional
a todos y cada uno de los niños, crear un ambiente placentero y agradable que
suscite el deseo de los niños por aprender, potenciar la autonomía y reconocer
el inmenso valor que tiene estar en grupo.
Finalmente me gustaría concluir
diciendo que me ha encantado poder leer
proyectos reales que se han llevado a cabo porque me ha permitido tomar ideas
que, en un futuro no tan lejano, me encantaría poder llevar a cabo en mi aula.
Considero que la forma en la que la autora hablar de su profesión y comparte su
puesta en práctica con los lectores, consigue transmitir y contagiar ese
entusiasmo y ese amor que tiene hacia los niños de infantil y hacia su
profesión, cosa que, a mí personalmente, me motiva a querer implicarme tanto
como ella y poder llegar a hacer la mitad de lo que ha hecho.
Espero que os haya gustado mi reflexión y que os haya
motivado a leéroslo, porque realmente es un libro precioso y muy práctico
Estupendo. Anotado.
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